martes, 4 de noviembre de 2008

LA MARAVILLOSA HISTORIA DE PETER SELLERS. SEGUNDA PARTE

Por José Roversi

Año 1949. En la entrada de GRAFTONS, un pub de Westminster, se leía: TRADITIONAL ALES, HOME COOKED FOOD… Cosas sencillas, del día a día de los viejos londinenses. Los ALES son cervezas frescas, de fermentación alta, que provienen de toda Inglaterra y tienen una gama de sabores que van del muy amargo al dulce muy afrutado. Los desayunos ingleses son famosos por su alto contenido proteico y calórico. La circunstancia curiosa, aquí, es que este establecimiento lo llevaba Jimmy Grafton, un guionista y hombre de espectáculo en ciernes. No se sabe cómo ocurrió, pero alrededor de GRAFTONS se nucleó un grupo de jóvenes que aspiraba convertirse en los nuevos comediantes. La vida quiso que allí se conocieran, entre cervezas frescas, desayunos pesados y la inevitable nube de tabaco: Peter Sellers, Spike Milligan, Michael Bentine y Harry Secombe. Los terribles GOONS…

El primer show, el primer episodio del nuevo capítulo en la comedia contemporánea de habla inglesa, se emitió por la BBC el 28 de mayo de 1951 bajo el título de CRAZY PEOPLE. Todavía pasaría un año para que THE GOON SHOW existiera formalmente.

En el documental THE PETER SELLERS STORY resulta delicioso ver a los GOONS (que eran voces conocidas, pero no rostros) en uno de sus pasatiempos favoritos: recorrer la ciudad o la campiña sin rumbo fijo, armados de una cámara de 8 ó 16 mm y rodando secuencias absurdas, dando rienda suelta a lo más extremo de su humor irreverente. Rutinas que no habrían pasado el filtro de la censura en la BBC, podían perfectamente ver luz en su disparatado mundo privado.
THE GOON SHOW fue un éxito instantáneo, con una influencia sobre la sociedad que, en nuestros días de TV satelital e internet, tal vez nos cuesta comprender. Y esta fue la oportunidad que Peter Sellers buscaba con desespero, la que le abriría las puertas del anhelado mundo mágico de fama y fortuna.

Pero Sellers tenía los ojos puestos sobre otro horizonte: el cine. Allí apuntaba verdaderamente su ambición. Afortunadamente, este medio tan lleno de contrastes, buenos y malos, nos dio la oportunidad de apreciar su arte en la más amplia dimensión; con Sellers tuvimos mucha suerte.

THE LADY KILLERS (1955), la primera incursión cinematográfica del HOMBRE CAMALEÓN, da una idea de lo que, para mí, es una realidad indiscutible: que el genio no conoce ni entiende de convencionalismos. Ni la universidad, ni la experiencia, ni los contactos, ni nada por el estilo, determina lo inexplicable del genio. Eso está allí o no está. Enfrentado en ese momento al talento descomunal, apoteósico, de Alec Guiness (su confesado héroe de toda la vida), el joven debutante luce como un astro, sin ser mucho más que una figura radial recién llegada. En I`M ALL RIGHT JACK (1959) se consagra como la personalidad cinematográfica más importante de la comedia británica. Y pronto del mundo angloparlante.

Ninguna comedia de éxito podría dejar de contar con su presencia en Inglaterra. Sellers inició un período de su vida marcado, no por la preocupación artística, tengamos esto claro, sino por la preocupación económica. Haría cualquier proyecto que se le presentara, siempre y cuando hubiese mucho dinero de por medio. Piezas malas, malísimas o buenas, eran para él, en aquel período, lo mismo. Esto explica, en parte, la disimilitud en la categoría de su trabajo. Guiones mediocres o sublimes, todo lo mismo, siempre y cuando las libras estuvieran allí.

¿Y por qué? Porque Peter Sellers aspiraba a, y llegó a llevar el resto de su existencia, una vida de estrella. Sus fantasías infantiles, construidas en las pequeñas y pobres salas de cine inglesas de post guerra, le programaron para ambicionar una vida de lujos y glamour, de superficialidad absoluta.

Tengamos en mente que, idolatrado por una generación, no tuvo jamás sensibilidad alguna sobre temas sociales o culturales de ninguna especie. Fue un artista despegado del mundo que le rodeaba. Fue, sin lugar a dudas, un gran intérprete y un gran ignorante, sin remordimientos y sin excusas.

Lo podemos ver en el documental abriendo un show televisivo de los Beatles (que fueron buenos amigos suyos, como cualquiera que brillara en la estratosfera de la fama) recitando, con mucho encanto, la canción A HARD DAY`S NIGHT, como un juglar medieval, un personaje de Shakespeare. Y es que él no era muy diferente de los de Liverpool en ese momento (1964); era una sensación popular, una marca registrada.

Todo el revuelo de la PANTERA ROSA lo tomó por sorpresa. Rápidamente su participación en un SUPPORTING ROLE, se convirtió en una película de Peter Sellers. Le dijo a Blake Edwards que le gustaría hacer la película un poco “más suya”. Y vean ustedes lo que ocurrió. Esta película es una de las series cinematográficas de comedia de mayor éxito en la historia. Todo cortesía y para mayor gloria del gran Clouseau, aunque, paulatinamente, de menor calidad a medida que la serie avanzaba.

Es en esta época, a mediados de los sesenta, poco más o menos, que la personalidad de Sellers empezó a desdoblarse en la de su alter ego de figura pública, vanidosa y siempre exigente. Se había casado en 1955 con una chica judía, aprobada por la madre, Anne Levy, que le acompañó en los años de lucha y poco a poco se fue cansando del juego de la fama. La relación que el propio Sellers imaginaba tener con Sofía Loren (porque ella no parecía estar muy enterada) fue la razón final de que le abandonara. En ese punto empezó una lucha furibunda por no estar solo, sin comprender claramente que amar no es sólo recibir, sino que se trata esencialmente de dar.

Uno de sus problemas fue el de las supersticiones, parecidas a malacrianzas, que poco a poco, tal vez producto de un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) no diagnosticado o tratado, lo convirtieron en un actor problema. En CASINO ROYALE (1967), se negó neciamente a rodar con Orson Welles, argumentando razones disparatadas, aunque la única verdad es que le aterraba enfrentarse a una leyenda de las dimensiones y capacidades del archienemigo de William Randolph Hearst. Más adelante, en Roma, París o Londres, se negaría a pasar la noche en cualquier habitación de hotel (siempre la presidencial) que incluyera en su decoración los colores vinotinto o verde. Debía entonces acudir una cuadrilla de pintores y obreros para resolver el problema. Excusas, sólo excusas, para justificar o reafirmar su estatus de súper estrella mediante el conflicto estéril.

Su talento, a pesar de malas elecciones de guiones, no pareció casi nunca abandonarle. Incluso en sus esfuerzos más débiles, su sola presencia bastaba para realzar un producto cinematográfico y convertirlo en un éxito. Es el caso de THE PARTY (1968), que aunque cuestionable desde muchos puntos de vista, sigue siendo un portento de su época. Me parece que el primer recuerdo que tengo del bonito y musical acento propio de la India es el de Sellers como Hurundi .V. Bashki. Esta es una de esas películas que aunque no anotaría en una lista de virtuosas, si es de esas raras con las que siempre me siento en casa, como si estuviera sentado con mis padres y mi hermano, en nuestro viejo saloncito, allá en Caracas.

La década del setenta fue para Sellers un tanto similar a la de Howard Hughes (guardando las distancias). Viajes constantes, compulsivos, en aviones privados y sin objeto claro; habitaciones de hotel, un séquito de servidores de confianza (como el legendario Bert Mortimer, su mayordomo y chófer) obsesiones cabalgantes que poco a poco, de juegos infantiles, pasaron a convertirse en problemas reales.

A medida que la película se va acercando al final, aparece un Sellers poseído, con una misión, tal vez parecido al que un día fue; fanáticamente decidido a rodar su libro favorito, ese que no se trataba de ninguna ficción, sino de su propia vida: DESDE EL JARDÍN, el originalísimo libro de Jerzy Kosinski que durante años había llevado con él a todas partes, como Ghandi el Bhagavad-Gita.


La gente que le rodeaba, incluido el propio Kosinski, no comprendía el por qué de la fijación con Chance Gardener, aquel modesto, introvertido y vacío personaje que vivía a través de la televisión y no tenía personalidad. Sólo Sellers, el niño, el hombre emocionalmente inválido, el camaleón, el payaso triste de la gran pantalla, entendía la clave de aquello. Consciente de que el fin era inminente, quiso rendir homenaje a quien por tanto tiempo había maltratado y tan poco había dado: a sí mismo...

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